lunes, noviembre 28, 2005

Tiempo

El tiempo pasa como un espiral sin principio
sin olvidársele el giro que le dio su primer respiro
sin tomar en cuenta que su ir y venir
destruye más esperanzas que la lluvia nortina

a caso se le olvida
que posee el poder del olvido
o el poder del perdón?
y que otorga la luz necesaria
para correr por los bosques de alerces
oscurecidos por los húmedos verdes

a veces me pregunto
si el tiempo no nos dará un encuentro
la oportunidad de decirte a la cara
lo mucho que te quiero
lo poco que te extraño
lo tanto que te sueño

no es más sabio el tiempo
que el hombre que lo mide?
a caso las palabras -derrochadas por mi boca-
no se olvidan con el tiempo
con lo que sea que sea?

y acaso no son tus ojos los mismos de siempre?
los míos permanecen inmóviles, intactos
a veces girados por otras voces
a veces idos por un recuerdo
que se ha quedado encarnado en mi piel
y que no se marcha con el tiempo

bendito tiempo
bendito pasar
bendita vida mía
que más que lágrimas
ha puesto en mi sonrisa
la creencia en los imposibles
y la fuerza que a veces se me iba

y ha sido el tiempo
-tal vez como un espiral
tal vez como una línea
tal vez circular-
el que me ha dicho las claves de un idioma
que yo no conocía
y ha sido el tiempo
el que me ha regalado
una paz de sentimientos que no crece sin él

hoy no hay destrucción en mi mirada
si quisiera podría correr
por donde antes no lo hacía
pero hoy sólo quiero
que el tiempo me de el tiempo
que necesito para seguir creciendo
para disfrutar los momentos que se me van con el viento

y hoy sólo necesito
tener la certeza de que el tiempo
se ha encargado de limar las asperezas
que ensuciaban el cristal
que tú y yo teníamos dentro

me dará, entonces, el tiempo
la oportunidad de mirarte a los ojos
sonreír y cantarte
un canto sin nombre
que ha marcado mis manos
con un azul que sólo nace
cada amanecer
cada aurora
de este tiempo
sin ti.


**22 noviembre 2005**

martes, noviembre 22, 2005

Flores


¿No te ha tocado la sospecha
de que las flores sean vestigios
banderas o ventanas
de un mundo remotamente perdido?
Guillermo Fernández, mexicano

domingo, noviembre 20, 2005


Estamos trabajando por usted

Disculpe la falta de links, la desaparición de la red de bloggers

y todo eso.

Ya volverá.

miércoles, noviembre 09, 2005

Aurora espera

Vestida como dama de porcelana
sentada Aurora esperaba
que le llegara el silbido del viento
o el beso que tanto esperaba.
Alejandro debe estar lejos –se dijo ella-.
Tal vez cazando mariposas.
Tal vez durmiendo en el bosque.
Pensó Aurora, en la belleza de Alejandro.
Vestida como dama de porcelana
con las mejillas rosadas por el Sol
besó con amarga desesperación
el recuerdo que Alejandro le dejó.
Se despojó de su vestido
se enlodó con el frío.
Aurora tiembla
grita, gime, se encoge
retrocede casi cien años
se vuelve un suspiro.
Ya no soporta la espera leve
-ni aguda ni crónica-
de su macho aguerrido
y tembloroso de otras tierras.
Pensó Aurora, en la belleza de Alejandro.
Quiso ser un ave.
Quiso tenerlo a su lado.
Mas la agonía de estar viva
la torturó por otro segundo
mientras ella con voz agitada
cantaba el himno de su hombre:

“Te espero en la pradera
espero por tus espaldas
por tus manos sudorosas de tierra
y tus labios de frambuesa.
Te espero con el barro
que se ha convertido
en mi único aliado.
Te espero hombre mío
te quiero a mi lado…”

Su voz de ave del paraíso
hizo que olvidara su dolor.
Pensó Aurora, pensó
que es mejor la espera
que el rencor…

** 13 octubre 2005 **

.::Fin de una historia::.



jueves, noviembre 03, 2005

De como Aurora conció a Alejandro (fragmento de un fragmento)

[...] En el monte conoció las bondades de la luna. Esa luna de plata tan misteriosa como ella sola le dijo en noche clara que los hombres se habían olvidado de su sonrisa. Aurora sonrió. Se durmió consciente de que jamás había amado a un hombre tanto como amó a Alejandro. Y pensó. Ese hombre era la perdición de su vida y la alegría también. Cuando se conocieron ambos ya habían vivido dieciocho años. Aurora tenía un vestido rosa que le colgaba como si fuera un manto de seda que cubría su cuerpo redondo, rosado y desnudo. Estaba sentada jugando con un caracol de terciopelo [...]. Tan suave el caracol que lo pasaba por su rostro cual jabón cremoso que limpia los poros, abriéndolos y dejando salir los gusanos del añejamiento. En ese tiempo, Aurora era joven. Su piel era tan tersa como una manzana roja de amaneceres de marzo. El caracol le servía de juguete, más que nada. Sus pies descalzos se hundían en el lodo amarillento y se masajeaba los dedos de los pies con esa viscosa solución. En ese momento de completa intimidad con su cuerpo, conoció ella al hombre que le robó la mirada. Alejandro pasó juvenil en su caballo azabache por frente de la casa de Aurora. Era un muchacho fornido, de espalda ensanchada por el trabajo forzoso y las manos agrietadas por el sudor de la tierra. Sin embargo, tenía en la mirada el brillo de un niño y sus labios eran tan rojos como las frambuesas jugosas que crecían en el jardín de Aurora [...].